Algunas claves para lograr el involucramiento de los actores en la restauración del paisaje

Algunas claves para lograr el involucramiento de los actores en la restauración del paisaje

Foto CRS, Silverlight

-Entrevista a Wilfredo Moran-

Uno de los desafíos para lograr la restauración del paisaje es obtener una participación real del territorio. La restauración del paisaje debe involucrar a todos los actores del paisaje y ese involucramiento conlleva procesos organizativos, en ocasiones, difíciles de gestionar.

Hay experiencias iluminadoras que hemos ido convocando en este blog (en Brasil con la mirada de Francisco Casares  o con la mirada de Cáritas,  también estuvimos visitando la experiencia de Candelaria en Honduras ). Hoy queremos hablar de la experiencia de Chalatenango, en El Salvador. Después de la Guerra Civil, en una situación social especialmente compleja para lograr procesos organizativos inclusivos, se consiguieron importantes avances. Tenemos la suerte de contar en nuestro equipo con una persona que lo vivió de primera mano, Wilfredo Moran. Su testimonio nos ayuda a poner en valor las condiciones que favorecen una gobernanza participativa, poder trabajar con el involucramiento de diferentes actores y caminar hacia una visión compartida del territorio que constituye un principio imprescindible para la restauración del paisaje.  Sé que tenemos en nuestros equipos otros protagonistas de procesos tan  interesantes como este que hoy convocamos. Os invito a todos a participar con vuestros comentarios en estas reflexiones y, desde el blog, intentaremos alzaros a todos a la palestra para que podáis compartirnos vuestra experiencia. Le damos la palabra a Wilfredo para que nos desvele los aspectos de aquella experiencia que puedan ayudarnos en la implementación de nuestros programas.

En un inicio, los actores del territorio estaban dispersos

Por lo menos, en el momento en el que yo me incorporé a la experiencia de Chalate, la situación era que había una serie de actores en el territorio que necesitaban coordinarse y estaban actuando a veces en condiciones de traslapes, ya fuera por rivalidades o porque el contexto era un contexto de posguerra.

Tratar de resolver ese problema, fue el reto. Hubo un elemento que contribuyó a sentar a toda esta gente en un mismo lugar. Este elemento fue la convocatoria que hizo un proyecto. El proyecto convocó a todos los que estaban en el territorio para señalarles que estaban haciendo traslapes y necesitaban eficientizar mejor sus esfuerzos.

El incentivo fue atender las demandas de la comunidad

Esto fue como el origen. Surgió primero la intención: “veamos si podemos pensar un poco en cómo podemos hacer una acción conjunta, en una visión”. Entonces, comenzaron las primeras ideas. En un principio, eran 1000 ideas. Pero luego ocurrió que se comenzó a atender algunas demandas de las comunidades. Las comunidades tenían problemas de tipo ambiental, específicamente con el agua.

En este punto se observaba ya una transformación en el proceso organizativo. En un principio, la convocatoria generó un espacio donde había una concurrencia fundamentalmente de “técnicos” que trabajaban en el territorio. Sin embargo, poco a poco se fueron incorporando representantes de las comunidades. Esto ocurrió por una razón: porque había comunidades amenazadas en sus recursos y el comité se convirtió en un referente para ayudarles con sus gestiones para resolver estos problemas. Lo hacíamos acompañándolos: dónde hacer las gestiones, cómo canalizarlas, cómo redactarlas.  Esto fue mostrando a la gente que había un espacio donde sus inquietudes podían encontrar algún acompañamiento, para tratar de solucionar las cosas que ellos querían resolver.

Se generó un ambiente abierto a la participación

El interés fue creciendo. La gente concurría a este espacio porque sí tenían la oportunidad de participar. Era un ambiente que confundía a mucha gente; porque era tan abierto que aunque fuera la primera vez que asistías, tenías derecho a votar y a decidir. Llegó un momento en que las reuniones eran en el destacamento militar y, a pesar de eso, con gente de todas las ideologías. Era interesante porque, como fruto de ese esfuerzo, en la Montañona, que era una comunidad de excombatientes, los soldados llegaron a prestar su ayuda para pasar las quebradas sin considerar su enfrentamiento ideológico, esto era fruto de los acuerdos que se tomaban en ese espacio.

Yo pienso que el motor de esta transformación es que la gente encuentre en ese espacio posibilidades de que sus inquietudes tengan una respuesta. Cuando eso se pierde, la gente ya no le da valor al espacio. Ese se convirtió ya en un espacio en el que ellos ya tenían convergencia, porque tenían intereses comunes.

El territorio se definía por las relaciones y no por límites administrativos

En el espacio se creaban comisiones que eran temporales para cumplir misiones específicas. Luego fue surgiendo la necesidad de construir una visión colectiva para el departamento y, afortunadamente, se contó con el financiamiento de Chalate para elaborar lo que se llamó “Plan departamental de manejo ambiental”, que era una visión bastante adelantada para su época. Porque es esto de lo que hoy estamos hablando. El territorio, que era todo el departamento, se identificaba como territorios afines que no obedecían a los límites políticos, sino que obedecían a las relaciones entre la gente.

Después la comunidad repetía, en otra escala más cercana, el mismo ejercicio, priorizando lo que era más importante. Se originaron otros espacios y algunas mancomunidades. Se definieron como organizaciones pequeñas, para problemas concretos, y esos se escalaron. La comunidad veía que había un espacio donde ellos podían acudir y resolver cosas.

Existía este espacio y, de esto, se derivaba para generar una visión compartida. Y cuando se producía una situación, había una manera de animar, de motivar, para juntar diferentes actores en el territorio. Esto es un poco lo que yo siento que necesitamos, para que se transforme nuestro territorio en esas  15 000 ha restauradas que tenemos como objetivo.